miércoles, 11 de abril de 2007

La Tierra

No es la tierra:

la tierra era perfecta.

Son mis ojos.

La tierra era la esfera eternamente quieta

y siempre sida.

Mis ojos la buscaban,

aunque,

en su buscar nervioso,

la perdían.

La tierra era la esfera

protegida por el cielo.

Mis ojos, sin quererlo, se movían.

La tierra era el lugar de los lugares,

el lugar de mi hogar,

el hogar de mis amores.

La tierra era mi sede desde siempre.

Mis ojos lo decían.

Una lágrima rezó su letanía:

¡La Tierra era la Diosa que nos cría!

Sucedió sin un antes,

primero que los días:

Estoy seguro.

Lo se:

Un éxtasis cerró mis Ojos

que Veían.

Ahora sólo veo

lo que aparece pareciendo

ante mis ojos extasiados que La miran.

Mas Ella no aparece,

ni parece haber estado nunca

aquí

donde los éxtasis del tiempo

se congregan

en mí,

arrojándome tenso

en el vórtice intenso de la vida.

De pronto,

por el aire entreabierto que La afirma,

cruza leve,

como una santa y pura breve brisa

su Forma perfecta sin figura

ante el órgano mudo,

sin canto ni encanto,

de mi vista.

A lo lejos suena grave

aquel otro órgano infinito

que, extasiado en su canto,

encantado La canta

y ante mí la dibuja

como la oculta perfección

que nunca fuera vista.

Y, al pronto,

al fin lo se:

¡La Tierra no se inmuta!

Ni la tierra.

Ni el cielo que la envuelve por arriba.

Ni el Inmutable Cielo

que rige el curvo curso de los días:

¡Yo me inmuto!

Pero, aun inmutado,

muto.

Me muevo.

Sigo un camino

que no sigue otra pista

que aquella que,

cuando el tiempo siquiera no existía,

sentí, con claridad de ojos cerrados,

que hacia lo lejos se perdía.

Y fue por un beso.

Y yo no lo sabía.

Cesa el órgano.

Se apaga

la intempestiva tempestuosa melodía.

Confío en ti.

Se

que esta seda nocturna que me abraza

eres Tú,

que,

en la Sede más honda de mi Vida,

nunca te separaste de mí.

Fui yo quien te apartó hacia lo oculto

por ver si al fin mis ojos te veían.

* * *

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