No es la tierra:
la tierra era perfecta.
Son mis ojos.
La tierra era la esfera eternamente quieta
y siempre sida.
Mis ojos la buscaban,
aunque,
en su buscar nervioso,
la perdían.
La tierra era la esfera
protegida por el cielo.
Mis ojos, sin quererlo, se movían.
La tierra era el lugar de los lugares,
el lugar de mi hogar,
el hogar de mis amores.
La tierra era mi sede desde siempre.
Mis ojos lo decían.
Una lágrima rezó su letanía:
¡
Sucedió sin un antes,
primero que los días:
Estoy seguro.
Lo se:
Un éxtasis cerró mis Ojos
que Veían.
Ahora sólo veo
lo que aparece pareciendo
ante mis ojos extasiados que La miran.
Mas Ella no aparece,
ni parece haber estado nunca
aquí
donde los éxtasis del tiempo
se congregan
en mí,
arrojándome tenso
en el vórtice intenso de la vida.
De pronto,
por el aire entreabierto que La afirma,
cruza leve,
como una santa y pura breve brisa
su Forma perfecta sin figura
ante el órgano mudo,
sin canto ni encanto,
de mi vista.
A lo lejos suena grave
aquel otro órgano infinito
que, extasiado en su canto,
encantado La canta
y ante mí la dibuja
como la oculta perfección
que nunca fuera vista.
Y, al pronto,
al fin lo se:
¡
Ni la tierra.
Ni el cielo que la envuelve por arriba.
Ni el Inmutable Cielo
que rige el curvo curso de los días:
¡Yo me inmuto!
Pero, aun inmutado,
muto.
Me muevo.
Sigo un camino
que no sigue otra pista
que aquella que,
cuando el tiempo siquiera no existía,
sentí, con claridad de ojos cerrados,
que hacia lo lejos se perdía.
Y fue por un beso.
Y yo no lo sabía.
Cesa el órgano.
Se apaga
la intempestiva tempestuosa melodía.
Confío en ti.
Se
que esta seda nocturna que me abraza
eres Tú,
que,
en
nunca te separaste de mí.
Fui yo quien te apartó hacia lo oculto
por ver si al fin mis ojos te veían.
* * *